La bocana que abrió “Gilberto” sobre el antiguo camino entre Chuburná Puerto y Sisal, y que después se convirtió en un sitio turístico

Para Eduardo Adolfo Batllori Sampedro, doctor en Geografía y actual secretario de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente (Seduma), “Gilberto mostró la vulnerabilidad que tiene Yucatán frente a los huracanes”.

Al compartir sus vivencias a 30 años de que este fenómeno impactara la Península, el funcionario recuerda que en ese entonces trabajaba en el Cinvestav, en el departamento de Desarrollo Humano, y como investigador en Río Lagartos estudiaba el tema de la salinera, de los pescadores y el uso de la laguna costera.

“Observamos el daño que el huracán causó en playas, la infraestructura, el barco Lady C que se quedó en Chelem, la afectación a los flamencos y a otras aves, y después la sequía al año siguiente, pues en el 89 hubo muchos incendios”, comentó.

En materia de investigación, dijo, fue muy benéfico ver los procesos de sucesión ecológica luego de una perturbación.

“Nos permitió ver también cómo se recupera un ecosistema después de un evento catastrófico, cómo se fueron recuperando los humedales, las selvas y las 24 bocanas o bocas en la barra arenosa”.

El científico comentó que los flamencos sufrieron fuerte afectación y aunque no hubo una cuantificación real de las perdidas (los sistema de investigación eran incipientes), los censos de flamencos, que era lo único que se tenía, mostró los efectos en los polluelos: se supo que había una población de 28,000 y luego fue de 14,000, por la remoción de lodos.

Por otra parte, algunas lagunas que eran hipersalinas como Chabihau, se endulzaron o se refrescaron con la entrada de mar, y surgió una mayor diversidad, como el camarón, la jaiba, la corvina, cambios importantes en los tipos de fondos, macroalgas y la decisión que se tomó de mantener las bocanas abiertas, añadió.

También hubo una respuesta social para el aprovechamiento de recursos marinos que antes no se tenían. Antes era pura sal. Surgió la participación de las mujeres agrupadas en cooperativas, la captura de camarón como una actividad familiar, lo mismo que la introducción de la chivita.

Llegaron los iguanitos blancos y se aceleró la llegada del amarillamiento letal, a partir de ahí vino una mortandad de cocoteros.

“Vi casas destruidas, inundaciones, problemas de salud, dermatitis, conjuntivitis, enfermedades gastrointestinales, poco después vino el cólera en Celestún y Campeche”, recordó el investigador.

El funcionario, recordó que era una Mérida diferente, con apenas 700,000 habitantes que de una a cuatro dormía la siesta.— Luis Iván Alpuche Escalante

“A partir de los (años) 90 Mérida empieza a cambiar, pero en ese entonces era muy tranquila, podías dejar las puertas abiertas, había tres o cuatro cines, los restaurantes cerraban de una a cuatro. Yo pasé el huracán en mi casa, al otro día salimos a ver cómo estaba la costa”.

“La gente aprendió sobre el tema de protección civil, el sistema se reforzó mucho, pues en esa época no había protección civil, hubo avisos por radio que pasaba la Conagua, pero no se tenía lo que se tiene ahora en alertas”, recordó el investigador.