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El día había llegado, Mauricio Jiménez, había decido quitarse la vida, pero antes quería pasar unos días en la casa que se encontraba a unos metros de la suya, en donde nadie aguantaba más de una semana viviendo ahí.

Sabía que si algo había que espantaba a las personas, quizás había algo después de la muerte, con lo que se armó de valor, y con una pistola en la cintura para suicidarse se fue por la noche a meterse en el lugar, con nada más que una linterna en la mano.

La noche ya estaba llegando y Mauricio comenzó a retar a lo que fuera que estuviera en el lugar, así que gritó:

—¡Vamos! ¡Ya estoy aquí! ¡Te reto a que pararezcas, quiero conocer a quien asusta y espanta a todo ser que vive aquí!

Siguió gritando y gritando, pero parecía que lo que estuviera ahí no se haría notar, con lo que Mauricio, exhausto, se quedó dormido en la cama de la recámara principal. Así fue como despertó al día siguiente, cuando una mujer le llevó un plato de comida a la cama.

Él, asustado, no daba crédito a lo que veía, era una hermosa mujer. En la otra recámara se veían un par de gemelos jugando. Estos, al ver que se despertó, corrieron hacia él.

—¡Papi! ¡Papi!

Gritaron. Él no sabía qué hacer ¿acaso estaba soñando y ese era un hermoso sueño de lo que podría haber sido y no fue? De repente, tanto los gemelos como la mujer se esfumaron, y el día de inmediato cambió de nuevo al anochecer. ¿Qué pasaba?

Prendió su linterna y en el marco de la puerta apareció la misma mujer que antes le había llevado la comida en la cama, era la misma, pero con un cuchillo en la mano y con la cara demacrada, y a unos metros, los pequeños cuerpos de los gemelos, degollados.

De golpe, recordó lo que lo había orillado a tomar la decisión de quitarse la vida.

Unos días antes, su esposa, en un ataque de celos, asesinó a sus hijos y se cortó las venas delante de él.

Entonces despertó llorando, sabiendo que no podía hacer nada. Después de todo él no tuvo nada que ver en la muerte de su esposa, que acabó de tajo con su familia. Él no había hecho nada malo, la mujer lo había hecho todo.

Salió apresurado del lugar, no sin antes agradecer a lo que estuviera en esa casa, que lo hizo recapacitar.

Llevaría a sus hijos siempre en el corazón y había perdonado a la que era su esposa. Con eso su corazón sanó y las ganas de morir se esfumaron para siempre.