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“Estábamos sentados en el sofá y de pronto, Daniel se puso de pie. Golpeo con el Martillo a Frank. Mi cuchillo brillaba y escuche una voz que decía: “Apuñálale en el corazón”. Entonces se lo clave.

Este escalofriante testimonio fue presentado con total sinceridad, por Manuela Ruda, una joven alemana de 23 años, durante el juicio en el que ella y su marido eran juzgados por el brutal asesinato de su amigo Frank Hackert. Los hechos se remontan al 6 de julio de 2001, aquel día los Ruda atrajeron al joven Hacker, antiguo compañero de trabajo de Daniel, hasta su apartamento en la pequeña localidad de Witten, al oeste de Alemania. Una vez allí y sin previo aviso, Daniel golpeó con un martillo a su víctima, mientras Manuela se ensañaba con él, asestándole 66 puñaladas.

Cuando Hackert murió, le grabaron en el pecho un pentagrama invertido: el símbolo del Diablo.

Después recogieron su sangre en un recipiente y la bebieron. Tres días después de cometer el crimen, la Policía entraba en el apartamento, descubriendo el cadáver de Hackert y su sangre esparcida por las paredes. Además del cuerpo sin vida de Hackert, los agentes pudieron contemplar la peculiar decoración de la vivienda: imitaciones de cráneos humanos, cuchillos y machetes colgados en las paredes y una colección de objetos de culto satánico. Y algo más: una macabra lista en la cual figuraban 15 posibles víctimas.

Durante el juicio, celebrado a comienzos de 2002, los acusados reconocieron haber asesinado a su amigo, aunque negaron cualquier responsabilidad, ya que, según declaró Manuela, sólo habían seguido ordenes de Satán: “Queríamos asegurarnos de que la víctima sufriera”.

El diagnostico de los médicos fue el de “individuos profundamente perturbados”. Los asesinos se habían casado el 6 de junio (el 6 del sexto mes), y llevaron a cabo su sacrificio el 6 de julio. Estas fechas configuran una conocida cifra: 666, el número de la bestia en el Apocalipsis de San Juan.