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Un antiguo compañero de trabajo me relató un extrañísimo suceso ocurrido en su casa, cuando éste contaba con apenas cinco o seis años. El hecho sucedió a finales de los ochenta y el testigo afirma que lo recuerda como si lo hubiese vivido hoy mismo. Nunca antes había contado la historia, por temor a las burlas, y me pidió que si algún día tenía que contarlo, no dijera su nombre.

La historia ocurrió en una mañana de noviembre. El protagonista, un niño, como ya he indicado, deseaba ir a jugar a la calle, con sus juguetes. Por algún motivo, que ni el propio testigo recuerda, su madre no se lo permitió, dándole como única opción, el que subiera a la terraza. El niño recogió sus juguetes y obedeció las indicaciones de su madre.

El mirador era amplio y descubierto, y aquí y allá podía verse la ropa tendida de los vecinos del edificio, agitándose al aire. El joven protagonista, abrió la puerta, y al hacerlo, descubrió frente a él, posado plácidamente sobre la barandilla de la glorieta, a un extraño pájaro que miraba a su alrededor como oteando su próximo destino. El niño se fue acercando a él muy despacio, y mientras lo hacía, se dio cuenta que aquel pájaro no era como los que conocía.

Era un animal muy grande “del tamaño de un águila” –aseguró. Sus alas eran como las de un murciélago, y su cuerpo, vuelto de espaldas al muchacho, carecía por completo de plumas. En un momento dado, el animal, que debió oír los pasos del joven, giró su cara hacía atrás y lo que el niño vio fue tan increíble, que no pudo por menos de detenerse y quedarse asombrado ante lo que veía. ¡Aquel pájaro tenía una cara semihumana y su cuerpo, similar al de una persona, se posaba sobre unas patas terminadas en garras! con esto, el “animal” saltó al vacío, y el testigo observó como desplegaba sus alas y se ponía a volar con movimiento lento y armonioso, hasta que desapareció de su vista.

El hombre, me aseveró, que lo que vio, lo había visto de verdad y que no formaba parte de una ilusión óptica debido a su corta edad. “aquel pájaro tenía el cuerpo y la cara de un humano, y eso no hay nadie que me lo discuta” –me dijo sin vacilaciones…

El hombre, en su juventud, nunca había oído hablar de las gárgolas; y hasta que no las oyó mencionar por primera vez, jamás lo asoció con este nombre. pero en cierta ocasión, en los que tuvo la oportunidad de ver una de ellas, tallada en la piedra, el recuerdo de lo que había visto años antes, volvió a su mente con más fuerza, encontrando un gran parecido.