Un viejo muy sordo, pero también muy rico, compra uno de esos novedosos aparatos ultra modernos para oír.

Quince días después vuelve muy contento a la tienda donde efectuó su flamante adquisición y se deshace en elogios por la misma:

— Ahora oigo perfectamente bien, incluso lo que se habla en el cuarto de al lado.

—Su familia —le dice el vendedor— debe estar muy contenta.

—No lo sé —responde el viejo —no les dije de este aparato, pero ya cambié cuatro veces mi testamento.