jdhfjhdfhjdfjdjfdjhfjhdfjdhf

“5 minutos”… Con esa frase tan corta y simple empezaron a surgir mis peores miedos. Seguramente se estarán preguntando ¿por qué?, déjenme contarles.

Siempre he sido amante de los cuentos, los juegos y todo aquello que involucre “el mundo oscuro y tenebroso” al que la gente le tiene tanto miedo.

Cuando tenía aproximadamente 14 años, empecé a disfrutar de este mundo. Inicié jugando esos juegos famosos tales como Bloddy Mary, el juego de las escaleras, el de las escondidas con un peluche intentando matarte, el típico de la vela y el demonio que te matará sí dejas que se apague, entre muchos otros.

Sinceramente, amaba todos esos juegos y la gran mezcla de terror y emoción que me provocaban al jugarlos. Sin embargo, todos al final, eran lo mismo: un fraude. Incluso después de un tiempo de jugar todos estos juegos, decidí probar algo más arriesgado: la ouija.

A pesar de todos los argumentos que he oído a lo largo de mi corta vida (por mis padres, mis abuelos, mis tíos, mis primos, mis amigos, entre otros) decidí darle una oportunidad. Todo empezó normalmente, con mucha expectativa y nada de acción, por lo que en un arranque de rabia simplemente grité “¡Sí hay alguien aquí haga contacto! ¿O será que eres un espíritu miedoso?”

El tablero empezó a temblar y a su vez el óculo se empezó a mover hasta formar la palabra “Pregunten”.

Hicimos gran cantidad de preguntas, nos asustamos con algunas y nos aburrimos con otras. Sin embargo, sin haber preguntado nada, el óculo se movió a lo largo del tablero escribiendo la frase “5 minutos” y posteriormente se empezó a mover violentamente, salió volando del lugar. Desde ese momento todo comenzó a ir de mal en peor. Todos mis amigos empezaron a gritar horrorizados y señalaban algo en la ventana.

Algo que no se podía ver claramente, pero sí se oía perfecto y solamente repetía “tienen 5 minutos para esconderse”.

Todos empezamos a correr presos del pánico en distintas direcciones y algunos -como yo- salimos corriendo fuera de esa azotea en busca de refugio.

Yo particularmente me quedé dentro de un puesto de comida rápida por un par de horas, hasta que decidí volver a casa. Cuando llegué, la noticia más terrorífica me petrificó en mi lugar.

En el televisor se veían reflejadas las fotos de tres de los siete chicos que jugaron esa noche conmigo, asesinados horriblemente con la frase “5 minutos” en su pecho.

A lo largo de toda la noche, recibí llamadas de mis compañeros diciendo que la criatura vino por ellos, que los ayudara, que los encontraría.

No pude hacer nada.

Varias veces estuve en presencia de esta criatura durante ocho días. No sé qué ha pasado con el resto de los chicos, sí están muertos o lograron escapar. Solo sé que yo ya no soporto estar huyendo cada pocas horas de un lugar a otro, con el miedo presente en cada escondite. Yo decidí rendirme. Estas serán mis últimas palabras que podré escribir en cinco minutos.