los maestros de antes

¿Te acuerdas de los reglazos, de cuando te lanzaban el borrador? Pues así eran los los maestros de antes, aquí te lo contamos

Las escuelas han cambiado muchísimo al paso de los años y con ellos también la forma de enseñar, pues los maestros de antes, tenían formas algo fuerte de aplicar correctivos a sus alumnos.

  • El famoso reglazo

La regla era uno de los instrumentos básicos en los maestros más exigentes. Si no habías hecho los deberes o no te sabías la lección, tocaba poner la mano y llegar a casa más rojo que un tomate.

Las formas de aplicación eran realmente variadas. Las más comunes siempre fueron los golpes en las palmas o en la yema de los dedos. Cuestión de gustos sería, aunque la segunda era realmente dolorosa.

Además, las reglas actuales de plástico serían una bendición comparadas con las de dura y consistente madera.

  • Brazos arriba y torre de libros

En los noventa ya no era algo común, pero las generaciones anteriores bien conocen este castigo. Los motivos eran variados (no hacer los deberes, hablar cuando no estaba permitido, faltar al respeto…) y el procedimiento siempre el mismo: rodillas al suelo, brazos arriba y libros sobre las palmas. El número de ejemplares estaba determinado por la gravedad del hecho en cuestión.

Así podías permanecer el tiempo que el profesor estimase oportuno. Eso sí, si bajabas notablemente la altura de los brazos, una sonora y tajante voz te ordenaba que estuviesen rectos.

Al final el dolor de brazos y rodillas era considerable.

  • El chicle en la nariz

‘Cada maestrillo tiene su librillo’, pero todos están de acuerdo en que estaba prohibido comer chicle en clase. Lo consideraban una falta de respeto, y como tal era castigado. Aunque lo más normal era tirar el chicle a la basura y quedarte sin recreo, copiar cien veces ‘no comeré chicle en clase’ o incluso traer al día siguiente chicles para todos tus compañeros -y para el profesor primero-, uno de los métodos con los que más se sufría era el chicle en la nariz.

Había maestros que hacían ponerte el chicle en la nariz a modo de castigo y, cómo no, algo de burla. Así debías permanecer toda la hora entera hasta que terminase la clase. El resto de compañeros se reían al verte como un payaso, pero pronto caía alguno más.

  • Borrador volador

Con las pizarras electrónicas ya han desaparecido de muchas de las aulas escolares, pero al menos cuatro generaciones han estudiado cerca de este borrador. Su agarre de madera era realmente útil para no mancharte cuando te tocaba limpiar la pizarra, pero era un extra innecesario cuando eras el objetivo del ‘borrador volador’.

Si el profesor te ‘cazaba’ hablando o copiando en un examen, al segundo tenías que esquivar como fuese posible el proyectil de madera y espuma que volaba hacía tu cabeza. Con un poco de suerte, el lanzamiento era simplemente a modo de aviso.

  • Cien veces…

En realidad era uno de los castigos más absurdos que te podían poner, y sin embargo era uno de los más comunes. Podía ser motivado por múltiples opciones y el texto siempre se adaptaba a las exigencias del ‘guión’. Si habías contestado al profesor, si habías hablado en clase, si no tenías las tareas para casa…Eso sí, todos empezaban con “DEBO” o “NO DEBO” y casi siempre eran cien repeticiones.

Su eficacia puede ser discutible, pero no el gasto de tiempo, pluma y papel. Los más avispados optaban por técnicas como ‘el doble pluma’, que dividía los esfuerzos al escribir dos frases a la vez.

  • Orejas de burro

Este fue abandonando las aulas de los colegios a medida que entraron los años 90, pero la tradición traspasó fronteras porque aún se aplica en algunos países de Sudamérica. Las orejas de burro eran idóneas para un alumno que no había estudiado el día anterior y que, por lo tanto, al llegar a clase no se sabía la lección.

Aunque el objetivo era el mismo, ridiculizarte delante de toda la clase, también se popularizó el cucurucho de cartulina para sustituir a las orejas.

Si eras buen estudiante podías pasar tu etapa escolar sin despeinarte ni un solo pelo. De lo contrario, tenías un gorro con la forma exacta de tu cabeza.

  • Echarte de clase

Este castigo también era uno de los más recurrentes. Llegabas a clase, con un frío polar y estabas deseando coger tu asiento al lado de la calefacción. Sin embargo, un pequeño comentario al compañero de al lado te mandaba directo al pasillo.

Allí estabas, solitario en la infinidad del pasillo y sin abrigo. Permanecías allí dependiendo de lo duro que fuese el maestro en materia de castigos. Si se abría la puerta significaba que habías saldado tu ‘deuda’.

  • De cara a la pared

Este es un castigo que aún utiliza algún profesor, aunque solo si pertenece a la vieja guardia y todavía continúa en activo. Cuando te pillaban hablando tocaba estar más de media hora de cara a la pared. Te perdías la lección, algo que para muchos tampoco era un castigo, pero podías morir de aburrimiento.

Dependiendo de si le caías bien o no al profesor, podías permanecer más o menos tiempo, e incluso gozar de una silla para llevar mejor la penitencia.

El fastidio era mayor cuando era un día ‘especial’, es decir, si había faltado algún maestro y se dedicaba la hora a distintos juegos.

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