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Estás solo, no tienes nada que temer, entonces ¿de qué tienes miedo? Recorres toda la casa asomando la cabeza antes de doblar cada esquina del pasillo y te aseguras de que la puerta está bien cerrada. Hace tiempo oscureció y bajaste las persianas pero aún así, haces un último esfuerzo y miras por todos lados. Todo está en perfecto orden.

Como ratón asustado pasas delante del baño y crees haber visto algo tras la cortina de la regadera. Cuentas hasta 10 y te asomas. Tú y tu imaginación son los únicos en la casa.

Caminas a la sala e intentas concentrarte en la televisión. Antes encendiste las luces. Notas un viento frío en la nuca y mientras giras, la garganta se te seca y se te eriza todo el vello del cuerpo. No ves nada. Vuelves a la televisión y escuchas algo en la cocina. Lástima, es la estancia más alejada.

Te levantas, te pegas a la pared y caminas despacio. Te asomas, prendes la luz y encuentras unas galletas en el suelo. No debías dejarlas al borde de la mesa.

Ries nerviosamente y regresas a la sala. Apagas la tele y prendes la computadora. ¿No estás a gusto verdad? El silencio te aterra. Miras intranquilo hacia la puerta ¿lo viste? Es una sombra. No quieres salir, pero sabes que tienes que mirar. Cuando te levantas y caminas, solo encuentras todo en soledad, tranquilo. Son tus nervios nada más.

Entras a tu perfil de Facebook y ¡pam! Algo se le cayó al vecino, pero a ti, casi se te sale el corazón. Es más de lo que puedes soportar. Notas como tu oído se “abre”, está alerta esperando cualquier sonido.